La Creatividad Infantil (experiencias del taller de Angela Ayensa)

“Toda una vida me ha costado —aseguraba Picasso— aprender a dibujar como los niños,porque yo a su edad dibujaba con un virtuosismo académico, completamente impropio de mi edad”. El dibujo no es ninguna broma. El que un simple trazo pueda representar a un ser vivo resulta magnífico, más aún: esconde algo muy, muy misterioso. No sólo porque un trazo puede representar la imagen de algo real, sino que se refería a su sustancia, a lo que las cosas son verdaderamente, más allá de sus apariencias. Nadie sabe cuánto hay que calcular para poder trazar una línea que esté viva, nadie sabe cuánto cuesta definir con un trazo, de un solo trazo, la sustancia de una cosa, dice Picasso. Saber nombrar cada cosa por su nombre, dibujándola: eso es todo.”


Picasso-"Madres y Niñas jugando" 1951

"Si el pintor hace un desnudo, debe poder decir: desnudo. No el desnudo de la señora Miriam Fernanda, sino simplemente: desnudo. No imitar un pecho, sino decir: pecho. No imitar un pie, sino decir: pie. Decir mano, decir cintura, sin imitar una mano, sin imitar una cintura. Un solo trazo habrá de bastar para decirlo, como basta una palabra para nombrar cualquier cosa, sin circunloquios. Sólo así el observador podrá ser un creador, junto al pintor. Pero el observador tiene todavía mucho que aprender. Dibujar es encontrar el modo de traducir la naturaleza mediante un signo, que trasladamos al lienzo o al papel. El dibujo no es idéntico a la cosa que representa, pero tampoco le es completamente extraño, por eso se dice: es análogo. El sonido de una flauta es análogo al del viento: se parecen en que se transmiten por el aire, pero se diferencian en que uno es producido por un individuo, que lo hace aposta, mientras que el otro lo viene produciendo la naturaleza.. El arte es una mentira que nos ayuda a ser conscientes de la verdad. Todo vale, cuando se trata de signos: también la marea sube o baja, sostiene Picasso, pero el mar siempre está ahí"


Yo daba clases de dibujo, pintura y modelado, más o menos convencionales, muy divertidas, eso sí, pero creo yo que bastante normalitas, entre 1.986, 87 y 88, a niños de 5 a 12 años. Puede que se diferenciaran de otras escuelas en que mis alumnos pequeños realizaban los mismos trabajos que los
adultos: trabajan con modelos del natural, dibujaban y pintaban lo que veían y se les iba corrigiendo para enseñarles a dibujar cada vez mejor. En eso creía yo entonces que consistía mi labor como profesora. Sin duda, a mis enseñanzas como a mis obras, les faltaba soltura y espontaneidad.

Hasta que una tarde, mi hija Marina que entonces tenía tres años, se quedó en mi escuela durante un buen rato, al salir de la guardería, mientras su padre hacía unas gestiones, antes de llevarla a casa. La niña cogió papeles y lápices, deambuló por entre mis alumnos, los caballetes, las sillas y los modelos, y se sentó al lado de una columna. La vi entretenida, yo seguí con mi trabajo, y me olvidé. Su padre volvió a buscarla, me dio un beso y se marcharon. Cuando acabaron las clases y empecé a poner en orden el taller, fui directa a por sus papeles porque me encantaba guardar todo lo que hacía... y me quedé perpleja: Marina había estado dibujando del natural con una asombrosa soltura y sin que nadie se lo pidiera, montones de “apuntes” de algunos de los modelos, y entremezclando estos dibujos con otros de creación propia y símbolos. Por eso ni me enteré de que tenía a mi hija allí, había estado muy ocupada. Todos aquellos escenarios llenos de objetos de naturaleza variopinta, artificialmente colocados e iluminados, atrajeron su atención de tal modo, que ya no le interesó nada más. Toda una historia contada a través de dibujos y trazos de colores, la habían mantenido ensimismada, tan absorta como se mantiene un creador cualquiera ante el desarrollo de una escultura, el argumento de una novela, o un próximo cuadro.

Comprendí que el proceso era el mismo, pero sin los condicionantes que entorpecen a casi todos los artistas: las técnicas, porque nuestro aprendizaje, el de todos, ha sido antinatural, esto es, a la inversa
de lo que debería haber sido: primero aprendimos a dibujar académicamente, asimilamos correctamente el funcionamiento de todas las técnicas de color para luego ¿Qué?....Cuando ya somos unos expertos y unos virtuosos, nos sobreviene el silencio porque no podemos transmitir nada de lo que
necesitamos expresar con esas maravillosas facultades que se nos presumen. Y no nos quedan si no dos caminos: o el conformismo y una buena producción exenta de alma, o la rebeldía. Este segundo es el que te lleva a la creatividad, a deshacerte poco a poco de lo aprendido y a la investigación. Y al final, a la simplicidad, a lo más primitivo, esto es: a la infancia.

Aquel día marcó un antes y un después en lo concerniente a mi visión, mi inquietud y mi curiosidad sobre la creatividad infantil, y cómo no, a mi propio desarrollo como artista.

Es un LENGUAJE. Un lenguaje vinculado al ser humano desde los 0 años, en que el descubrimiento de los sonidos, los trazos, los colores y los movimientos rítmicos,(música, arte y danza) le proporcionaran un equilibrio fundamental para su desarrollo emocional futuro. Mis niños entienden perfectamente el trabajo de profesionales como Picasso, Tapies, Miro,Pollock, porque “hablan el mismo idioma”, porque son artistas y como tales son tratados en mis talleres. Saben que cuando eran “pequeños” pintaban como personas mayores y que cuando se hicieron mayores, consiguieron trabajar con la misma espontaneidad que ellos, consiguieron, por fin, comunicarse, que es la necesidad primordial de un creador: poder expresar-se. Lo demás es el oficio, y está en un segundo plano, siempre al servicio de la creatividad. Nos dejaron constancia con sus respectivas trayectorias de que, a medida que ellos envejecían, sus obras evolucionaban hasta convertirse en la síntesis de trazos y colores que les son tan familiares a nuestros hijos y a los niños con los que convivimos, y que la mayoría de los adultos, ante este tipo de manifestaciones artísticas, entonan el consabido “Yo, es que de pintura no entiendo...” Pues ellos sí. Porque saben que lo que hacen y descubren a través del uso de los materiales y de experimentar con todo lo que tienen a su alcance y de entremezclar útiles y técnicas, es lo mismo que hace un artista adulto, lo mismo que hago yo, lo mismo que hacía Picasso y todos los artistas que van descubriendo en clase, por libros, a través de las visitas que hacemos a museos(que por cierto, se lo pasan “bomba”), o por películas y documentales. El resultado no es lo importante, es el desarrollo creativo lo que cuenta, la expresión de su idea, el llegar a “decir” lo que ellos quieren “decir”. Y en eso, son geniales. Mis niños trabajando en la escuela, en una jornada normal, dominando el medio y el espacio,desarrollando sus ideas y compartiendo risas y hallazgos, como lo haría cualquier colectivo de artistas. La música, siempre presente.

Texto de Angela Ayensa

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