Creciendo en la soledad de un entorno inhóspito. La figura del niño en las manifestaciones artísticas contemporáneas.

Este artículo analiza la presencia de los niños como objeto de reflexión en las manifestaciones artísticas contemporáneas. La obra de una serie de artistas sirve como hilo conductor para explorar la idea de infancia desde una perspectiva que pone de manifiesto los diversos aspectos que influyen no sólo en su construcción cultural, sino también en la deconstrucción del icono infantil como símbolo fuertemente connotado en la sociedad occidental.

El arte contemporáneo está marcadamente influenciado por cuestiones de carácter identitario. Muchos artistas vertebran su discurso creativo a partir de aspectos que implican una reflexión sobre el sujeto y su relación con el “otro” como principio para entender y mostrar una particular visión de la sociedad actual. La infancia como origen del sujeto está, por tanto, presente en muchas obras que de forma, más o menos explícita, aluden a aspectos de carácter psicoanalítico para cuestionar hasta que punto “somos” nuestro “pasado”.

Este estudio parte de una selección de artistas que, de forma expresa, utilizan el icono infantil para mostrar una visión alejada de convencionalismos que trata de ir más allá de aquellas cuestiones que suelen asociarse a éste. El resultado son niños cándidos e ingenuos pero también nebulosos, perturbadores y siniestros, evidentes pero misteriosos, parte de nuestro propio pasado pero a la vez extraños. Niños aislados de su entorno y descontextualizados que potencian la sensación de soledad e indefensión que transmiten unas obras en las que la presencia adulta en la representación es prácticamente nula, encontrándose sólo presente a través de la mirada del creador. Por lo tanto, lo aquí expuesto no pretenden ser un catálogo de la infancia visto por el prisma del arte contemporáneo sino una visión, de las múltiples posibles, de un discurso que se recrea más en las oquedades que en las formas, en mostrar los vacíos susceptibles de ser completados desde el presente como una retrospección a ese “lugar” (o momento) denominado infancia.

Dentro de la gran variedad disciplinaria, plástica y conceptual destacaría la obra “Petite” de Dominique González Foerster. Esta francesa, que se dio a conocer en los años 90 por sus “habitaciones”, nos presenta en esta instalación un austero habitáculo construido por una estructura de grandes ventanales a través de los cuales se puede contemplar una videoanimación proyectada sobre la pared que coincide con uno de sus lados. En ésta, una niña mira directamente al espacio vacío que queda dentro, solamente interrumpido por una pequeña peana sobre la que aparecen un flexo encendido y una manta. A su alrededor, sólo hay paisajes deshabitados que se intercalan con presencia humana o adulta en forma de simples sombras platónicas que nos desvelan sentimientos de ausencia, de espera, de incomprensión. La gran carga lírica que transmiten las obras de esta artista se ve potenciada por el inquietante sonido de un piano que, sin duda, sigue presente en la mente del espectador y que ayuda a sentirse ajeno en un espacio cercado, vacío e inhóspito que actúa como metáfora de la incapacidad de retener lo perdido.

La obra “Das Archiv: Diese Zinder suchen inhre Eltern” de Cristian Boltanski presenta una estantería que contiene cajas de archivo en cuyo frontal están adheridas imágenes de niños. Emana una vez más en la obra de este artista el concepto de la reconstrucción de la propia niñez y de cómo cualquier objeto puede convertirse en evidencia de una vida entera. En este caso las fotografías nos llevan inevitablemente a los materiales burocráticos de archivo. En dichas cajas la individualidad de las personas se fusiona para formar una celosía de caras innumerables que potencian su anonimato. A través de un análisis crítico de los sistemas de representación y de nuestros arquetipos nos hace dudar de la propia identidad. Une hecho y ficción con la idea de muerte, siempre presente en su obra y, cuando, como en este caso, convive con la idea de infancia se torna más dramática si cabe. La muerte y la memoria como eslabones indivisibles de la existencia.

Entonces, como suele hacerse incluso con los muertos más insignificantes, reunieron los recuerdos que él hubiera podido dejarles, ayudándose unos a otros y esforzándose por ponerse de acuerdo. Pero conocemos esta llamita, esos temblores en la sombra turbada. Y el acuerdo sólo llega más tarde, con el olvido… (Becket, 73:57)


Boltanski, Cristian, Das Archiv: Diese Zinder suchen inhre Eltern (1993). Instalación. Dimensiones variables

Johan Simen, Untitled #86 (2000). Fotografía. 111,66 x 111,66 cm. Yossi Milo Gallery. New York. Estados Unidos.

Simen Johan manipula y elabora sus fotografías para crear una “imagen residual fabricada”. El aspecto de yuxtaposición de sus imágenes es paralelo a su complejidad temática y narrativa. De esta manera, explora el aislamiento emocional y la viveza psicológica de la infancia. Los niños de sus obras son continuos solitarios, no funcionan como simples retratos, contradicen su pureza con una narrativa impura, la inocencia con el saber. Estos niños no son sólo los conductores de esas narrativas sino que también son participantes pasivos de la fantasía, perturbando cualquier idea preconcebida y forzando un controvertido diálogo con la conciencia del espectador. Niños que, ajenos a cualquier límite normativo asociado con las presencia del adulto, dan rienda suelta a sus deseos reprimidos, como si de la representación de un sueño se tratase, con un resultado nada amable. Juegos macabros de pequeños siniestros que ilustran nuestro lado más salvaje.

La serie “Shaun”, de la cineasta y fotógrafa americana Sharon Lockhart, explora cronológicamente la progresión de una enfermedad artificial (creada por un artista en efectos especiales) en el cuerpo de un niño. La serie corresponde a diversos encuadres y ángulos del niño “lesionado”. En su trabajo cuestiona constantemente la relación entre imagen estática y cinematográfica tomando como parámetros determinantes para dicho análisis el tiempo, la secuencia y la narrativa de un modo casi conceptual. Los distintos puntos de vista tienen una intención clara de conducir al espectador en una dirección concreta de gran impacto visual.

La visión del mundo de la niñez de Nic Nicosia nos acerca a una dramatización escenificada. Fotografías tomadas normalmente en platós interiores ponen en evidencia la falsa espontaneidad de sus narraciones. “El exceso de resolución de cada plano, la pulcra nitidez de los detalles o las poses impostadas de los personajes delatan el carácter construido y artificial de sus imágenes. Una iluminación sin sombras y la contradicción perspectiva de los escenarios hacen el resto” (Gómez Isla, 2005:86). Sus imágenes de niños nos revelan los estereotipos asociados a éstos cuestionándolos y haciéndolos evidentes mediante las escenas construidas que se muestran al espectador.

Esa realidad construida también se vuelve patente en la obra de Loretta Lux, artista cuya obra gira en torno al retrato infantil con una estética manierista que recuerda, desde el punto de vista técnico, a una obra pictórica pero que toma forma a través de la manipulación digital fotográfica. Los tonos siempre apastelados y las tomas frontales nos recuerdan a esos retratos afables de niños angelicales con los que suele identificarse la niñez, pero hay algo en la mirada de esos niños y en su pose que los vuelve siniestros. La dulzura deja paso a la inquietud de unos niños que no son lo que parecen, que desde su aparente perfección aterran.

Nicosia, Nic. Untitled (Sam) (1986). Fotografía. 122 x 170 cm. DA2. Salamanca. España. Fuente: propia.

Lux, Loretta. Lois nº1 (2000). Fotografía. 50 x 50 cm. Galería Salvador Díaz. Madrid. España

Inquietud provocan, así mismo, las fotografías de Sally Man. Imágenes en blanco y negro de perfecta factura clásica en la que sus hijos aparecen con actitudes propias de los adultos. El diálogo que se establece entre la estética de la fotografía y lo que representa, unos niños cuyas actitudes cuestionan precisamente esa condición, resulta fuertemente contradictorio, provocando una disyuntiva en el espectador que se acerca a aspectos de índole ética.

Las imágenes de Keith Cottingham nos hacen reflexionar sobre los límites de la realidad mostrándonos una serie de niños que bajo su perfección esconden una “existencia” virtual. Es difícil observar en estos retratos el menor signo que nos advierta del “engaño”. Lo que parecen fotografías de seres de carne y hueso son niños creados digitalmente. Cottingham pone de relieve, así, cómo la primacía de la perfección física que se impone en la sociedad actual no es más que una imposibilidad, dicha perfección sólo existe en el procesador de un ordenador a través de un código numérico. Por otra parte, cuestiona la veracidad asociada a lo fotográfico tal y como expone Luís Castelo:

Como espectadores seguimos siendo tan ingenuos como lo fueron nuestros abuelos al contemplar una fotografía de Robinson o de Rejlander; seguimos haciendo lecturas de imágenes fotográficas como si fuesen imágenes obtenidas de una realidad espacial y temporalmente indivisible. Posiblemente, seguimos arrastrando la ilusión de que la fotografía fotoquímica es un paradigma de veracidad gracias a su encuentro directo con el mundo físico (…) Quizá tengan que pasar algunas generaciones para poder dejar de creer a ciegas en la realidad que nos ofrecen las imágenes obtenidas con medios técnicos. (Castelo, 2000:45)

Otro artista, José Álvaro Perdices, muestra a los niños en un ambiente concreto, el colegio, con la intención de reflexionar sobre el papel de la estructura educativa y su influencia no sólo en la educación del niño, sino también en la constitución de su identidad. “Un colegio es una estructura altamente normativa que trata de encauzar identidad, comportamiento, cultura…El temprano mundo de la “educación” se convierte en una paradoja”. Niños que gritan a los pupitres, que miran al cielo en el patio del colegio y que se revelan contra el sistema son la base de esta serie del año 2001.

Conclusión

Se puede decir que el nexo común que encontramos en las obras analizadas tiene que ver con las sensaciones contradictorias, ambiguas y de inestabilidad que inevitablemente provocan el rechazo de cualquier convencionalismo cultural, social y emocional con el que habitualmente se relaciona el icono infantil. La visión del arte contemporáneo no está exenta de una crítica, más o menos explícita, a la idea que los adultos tienen de la infancia. La paradoja que ocultan estas obras queda patente en el aislamiento del niño frente a la mirada del adulto, aquel que lo representa y lo muestra “solo” ante la mirada colectiva de los espectadores.

Rut MARTÍN HERNÁNDEZ y Diego ARRIBAS Profesores del Grado en Bellas Artes de la Universidad de Zaragoza.

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